martes, 12 de noviembre de 2013



5 de agosto de 2010 a la(s) 12:23


Era una pradera amplia, fresca y verde.
Sus pastos cubiertos de unas pequeñas flores
lilas y amarillas.
Todo era llano y perfumado de aromas dulces y suaves.
Abundaban las espigas y los árboles.
Éramos todas mujeres allí, las había de todas las edades.
Mujeres ancianas de cabellos blancos y largos, de miradas serenas y expresiones sabias.
Mujeres más jóvenes, que corrían y cantaban canciones bellas de melodías acuosas y claras.
Yo sentada en un banco como de una especie de concreto blanco,
bañándome de un aire fresco, mirando todo, con un asombro al que mis ojos no daban crédito.
Que sitio era ese en el que nunca estuve antes.?
Porque estaba allí.?
Quienes eran esas mujeres, que parecían no verme.?
Decidí caminar, observé cada cosas que encontraba, que no era conocida para mi, que nunca había visto, me preguntaba donde estaba.?
Nadie hablaba y sin embargo, existía allí, como una comunicación silenciosa y profunda, que no necesitaba de la palabra.
Las melodías volaban con el viento y volvían, las figuras femeninas parecían etéreas y ligeras, sus ropas eran como unas túnicas blancas y grises, de telas sin mucha trama, livianas y vaporosas.
No hacía calor, no sentía frío, la noche no existía solo un constante día
Azul de cielo y verde de pastos.
No podría decir, que me sentía mal allí, pero tampoco que estaba a gusto plenamente, era como si algo me faltara, tenía una sensación muy grande de vacío y al mismo tiempo me inundaba una gran paz.
Dualidad de sensaciones, pensamientos encontrados,
Un acoso indescriptible en mi mente para aclararla y poder saber en donde me encontraba.
Me senté bajo un árbol a mirar como, las otras mujeres se sentían tan alegres y reconocían el lugar como suyo y cantaban y bailaban sus danzas suaves y lentas, no tenían afanes, ni se inquietaban, por lo mismo que yo.
Traté de reflexionar, tomé aliento y me dije, que tal ves ya había muerto y que ese sería el lugar a donde me asignaron, pero pensaba que solo estaría allí de paso, pues no encontraba la forma de sentir como las otras, que ese era mi sitio definitivo aunque, todo era tan bello y pacífico.
Mi mente daba vueltas a una gran cantidad de conjeturas, que por más que trataba no podía organizar, me decía que estaba muy reciente mi llegada allí y que con un poco más de tiempo, comenzaría a sentirme bien y feliz.
Me parecía que estar allí sin nada que hacer, no tenía ningún sentido y pensaba que tal ves si hacía lo que todas, iría encontrando algún sentido para encontrarme en ese sitio, pero mis pies no despegaban de donde estaba, no lograba pararme, mi cuerpo no respondía al intento de salir a bailar, mi boca no emitía sonidos, no cantaba como las demás y me quedé ahí sentada, esperando que mi estado de espectadora, se fuera, se terminara.
Me desperté por fin, me senté despacio en la cama, recapitulé, lentamente y con clama, cada una de mis sensaciones, llegué a la conclusión de que es tan grande ser mujer, que en algún plano distinto a este en el que vivimos hay un lugar, para nosotras, en el que estaremos ya vueltas sabias y sin necesidades materiales, sin la premura del tiempo, sin dolores, sin la ansiedad constante de vivir para otros, sin tener que hablar, para explicar a nadie nada, mirando, cantando comunicando con la mirada y desde el alma, sabias, dadoras de paz, en comunión total con una tierra que también es mujer y que también da vida como nosotras.
Me levanté entonces y callada me entregué a mi tarea de seguir caminando, haciendo, mirando, sintiendo y esperando, el momento de volver allí, preparándome, para poder estar a todo mi gusto, encontrándome con la mujer que soy y con la que seré después que ya no sienta apego alguno, por las cosas que me atan en la vida.

Tartacha.

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